Un mismo año (1984), dos archivos de imágenes encontrados, sin razón aparente, en una misma caja, un asesinato político, un país: Colombia. Álvaro Ulcué Chocué, sacerdote y activista por los derechos de los indígenas, fue asesinado a tiros. El crimen ocurre en medio de una negociación de paz entre el gobierno colombiano de entonces y las guerrillas. La imagen documental del conflicto parece el contraplano de una película de ficción, o al revés. Las imágenes a veces no hablan (como los archivos de películas sin sonido), pero sin embargo arden, centellean, invitan a la acción. Daniel Cortés asume el encuentro con esos archivos como un mandato y una señal. Por un lado, ellas le revelan un linaje familiar; por otro, inscriben esa familia (la suya) en un marco más amplio: el de una sociedad familiarizada, ayer como hoy, con la guerra. El acto es reciclar (remontar, hacer vivir de nuevo) las imágenes de la guerra, pues en ellas mismas se encuentra la huella de la resistencia. Y desde ahí se puede volver a empezar.

Por Pedro Adrián Zuluaga