Dos décadas atrás, Marta Hincapié vivía como inmigrante en Vic, un pueblo de Cataluña. Allí, en tiempos de comunicaciones muy distintas a las de hoy, se encontró con otras personas migrantes y sirvió de puente para que estas enviaran videocartas a sus seres queridos. Bajo una lluvia ajena crea una especie de escultura de distintas capas y materiales: los mensajes, en tecnologías analógicas, que buscan restablecer los vínculos rotos; la rememoración del abuelo de la directora, quien en la década de 1920 viajó a Europa, el continente soñado, desde el que enviaba postales a su familia en Colombia; y la recreación de un relato imaginario de un joven de Ghana que emigra a Europa sin llegar a destino. Sin eludirlas, la película no insiste en la pérdida y la precariedad asociadas a la migración; al contrario, suma imágenes e historias que juntas nos hacen pensar en ideas como cooperación, proximidad, empatía, imaginación. Los conceptos encarnan en voces, cuerpos y relatos. Bajo una lluvia ajena es una película política en la que no hay distinción entre lo intelectual y lo sensible. Y es también un juego de miradas y posiciones. Europa se acostumbró a mirar al resto del mundo con ojos imperiales. Es el tiempo, ahora, de devolver esa mirada. ¿Quién puede hablar? ¿Qué podemos decir? ¿En qué condiciones se hacen visibles las personas migrantes?

Por Pedro Adrián Zuluaga