Hace veinte años, dejé inacabada una película titulada «Liebeslied» o Canción de amor. Trataba de una joven poeta catalana, Lala Blay, leyendo su primer poemario en el jardín de la casa donde lo había escrito. Quería filmar su relación con las palabras escritas y con su mundo, intentando averiguar cómo captar con imágenes el reto de crear un universo con palabras. No terminé esa película y guardé las siete cintas que grabé en una caja colocada en algún lugar de la estantería detrás de mi escritorio.

Las razones por las que la dejé inacabada y dejé de hacer mis películas no las tengo del todo claras. Pero algo es seguro: recuerdo la sensación de pérdida a partir de ese momento. Y cuando esa palabra, solastalgia, apareció frente a mí, me di cuenta de que lo que había perdido era precisamente el sentimiento de pertenencia a la imagen, una forma de relacionarme con ella como si fuera mi hogar, una imagen-casa.

A lo largo de siete movimientos, voy desvelando el contenido de las siete cintas, una tras otra, invocando recuerdos y fantasmas, poetas que iluminan el camino (Ingeborg Bachmann, Wislawa Szymborska, Paul Celan, José Ángel Valente) pero también figuras-cruciales para mí- del cine documental, como Jean-Louis Comolli, Marie-Pierre Duhamel-Muller, Agnés Vardà o Straub-Huillet. Mi voz narra lo que sucedió ese verano en el que grabé a Lala, y entrelazo esa historia con reflexiones sobre el cine, el arte y la vida, conectando las imágenes que hice con Cézanne y sus pinturas del Monte Saint-Victoire, «La montaña mágica» de Thomas Mann, “Malina» de Ingeborg Bachman, los cuadro de Anselm Kiefer, la Variación Goldberg número 25 de Bach y fragmentos de películas de Kossakovksy, Dvortsevoy, Joao-Moreira Salles, Dominique González-Foerster o incluso Buster Keaton, todos ellos cineastas que dejaron su marca.

La “Canción de amor, una película inexistente en proceso” es una película sobre la pérdida, la poesía, el amor y la posibilidad de volver al pasado, de volver a una imagen-casa, de volver a crear