Retrato a pedazos de la isla Galápagos desde el estudio poético de sus habitantes más antiguos: las tortugas. Oscar X. Illingworth crea una polifonía usando fragmentos del pasado y del presente con el fin de llegar más adentro, debajo de la piel geográfica del archipiélago ecuatoriano que es como de pesadilla nebulosa y de dulce sueño por la tarde. A través de la adaptación de textos escritos por anglosajones como Edmund Spenser y Charles Darwin, el cineasta recolecciona estampas mucho más opacas y ambivalentes que las recogidas por algún paso turístico o gubernamental. Las citas van volando por la pantalla mezclando sus crípticos mensajes con la voz de un pueblo dejado a su suerte junto al mar y con flashazos fragmentados, a veces estroboscópicos, de las viejas películas silentes hechas por Raymond L. Dirtmans acerca de los reptiles de caparazón protector, tronco ancho y corto y blando vientre, como el territorio que habitan: protegido por su gente que es mortal y sufre los embates del clima, de la escasez en bienes para contrarrestar la humedad, el calor o del abandono. Como si el archivo contuviera en sí mismo pesadillas secretas, esta película desentraña un dolor ancestral.

Por Daniel Mesa de los Ríos.